Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100326
Legislatura: 1893
Sesión: 21 de Junio de 1894
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones:153, 2985-2986
Tema: Juegos prohibidos

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Como no tengo tanto tiempo como S. S. para pasearme por las calles de Alcalá y Sevilla, no sé lo que S. S. ha contemplado allí, que yo no conozco, porque hace tiempo que no he pasado por aquel sitio, al menos en disposición de ver esas cosas, flameando, como dicen los franceses. De manera que no sé a qué se refiere S. S. (El Sr. Conde de Canga-Argüelles: ¡Si lo sabe todo el mundo!- Varios señores Senadores: No, no.) Yo declaro que respecto a la cuestión de juego, que es la que nos ocupa ahora, no sé que haya nada en la calle de Alcalá esquina a la de Sevilla; pero en fin, yo le prometo a S. S. dar un paseo por allí y verlo; y sí hay alguna cosa que a mi parecer esté fuera de la ley, yo lo prohibiré. (El Sr. Conde de Canga-Argüelles: Es que es tan evidente y notoriamente fuera de la ley, porque atacan a la moralidad y a la decencia pública.) Eso es otra cosa, que no lo sé tampoco; hablábamos del juego, y también de lo que ayer se trató aquí, del desafío.

Declaro que no sé que haya nada relativamente a esas dos cuestiones, que son las que nos ocupan.

Claro es que una y otra están condenadas por el Código penal, y que los Gobiernos y las autoridades están en el deber de perseguirlas mientras se hallen condenadas por dicho Código; pero yo declaro a S. S. que es muy difícil perseguirlas, y sobre todo, que es difícil extirparlas, y no se puede hacer responsables a los Gobiernos de que, a pesar de sus medios de acción, el juego y los desafíos continúen.

Su señoría tendrá cerca de sí muchos que hayan incurrido en uno de los dos delitos, si no en los dos. (Risas. El Sr. Marqués del Pazo de la Merced pronuncia palabras que no se perciben.) Estoy casi seguro de ello; dado el carácter de S. S. y sus bríos, por lo menos en uno ha incurrido S. S. varias veces. (El Sr. Conde de Canga-Argüelles: Eso no va conmigo.) No, con S. S., no; pero lo que es con el Sr. Elduayen, ¡vaya si va!, y todavía también con algún compañero de S. S.

Yo no quiero recordar hechos: ¿para qué los he de recordar? Me basta con que S. S. comprenda que, aun dada la buena voluntad del Gobierno para cumplir con las leyes, y para cumplir sobre todo con la ley más esencial, que es el Código penal, es difícil extirpar el vicio del juego y el delito del desafío; pero que, dentro de esas dificultades, el Gobierno hace lo que puede y va hasta donde cree que debe ir. (El Sr. Conde de Canga-Argüelles: Nadie le pide más.) Pues si no se pide más, entonces hemos acabado; estamos conformes.

Pero debo decir a S. S. que esas 22.000 pesetas de que habla no son sólo de las casas de recreo, sino que son también de personas benéficas, de sociedades benéficas, de las que afortunadamente en Madrid hay muchas. Entre estas últimas hay algunas sociedades de recreo, como sucede con el Casino de Madrid y otros, que por humanidad dan una cantidad para la beneficencia todos los meses, sin necesidad de que se juegue en ellos a juegos prohibidos. Esto se debe al buen corazón y a los buenos sentimientos que dominan generalmente en Madrid.

Ahora, si alguna sociedad de recreo abusa, eso no lo puede evitar el Gobierno; pero yo le puedo decir a S. S.  que la mayor parte de las sociedades de recreo no abusan, no juegan a juegos prohibidos, sino a los que están admitidos por el Código. Yo no tengo noticia de que en el Casino de Madrid se juegue a juegos prohibidos. (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: ¡Qué bien enterado está S. S.!) ¿Se juega a los juegos prohibidos en el Casino de Madrid? (El Sr. Conde de Canga-Argüelles: De seguro que no viviría si no se jugara.) Porque en ese caso, Sres. Senadores, hay muchos Senadores que lo ven y lo permiten, y que quizá toman parte en ellos. (Grandes risas.) No se pueden exagerar las cosas.

Yo no sé lo que han dicho los periódicos; me importa poco lo que digan, porque más de una vez, más [2985] que ser eco de la opinión pública, son lo contrario; se dejan dominar por la pasión y escriben por hacer oposición a un Gobierno o a un partido, y eso a mí no me importa nada. Pero en contra de esas cosas están los hechos, y los hechos son estos: que los mismos legisladores contribuyen a esos juegos que no son prohibidos, y contribuyen, naturalmente, como socios de esos casinos y círculos de recreo, ayudando a la beneficencia, cosa verdaderamente laudable.

No, yo no he rectificado nada de lo que dije ayer: lo mismo que expuse ayer repito hoy; hay que perseguir el juego porque está condenado en el Código penal, y mientras el Código penal sea ley, claro es que los Gobiernos que no persigan el juego no cumplen su deber.

Fuera de esto, si esa es la declaración que quería el Sr. Conde de Canga-Argüelles que yo hiciese, no tengo más que añadir, sino que no conviene exagerar las cosas; porque muchas veces por prohibir (en la duda de si es lícito o no) un juego en los casinos, se juega a él en otros sitios donde tiene peores consecuencias. De manera que debemos prohibir lo que la ley prohíba, mientras esté al alcance de la autoridad, y sin exagerar las cosas, porque muchas veces el exceso de buena intención produce mayores que aquéllos que se quieran evitar.

El Sr. Conde de Canga-Argüelles sabe (y si no lo sabe se lo digo yo) que hay vicios mucho peores que el juego, y que si se prohibieran, serían mucho peores sus consecuencias. La sociedad, por esto, los tolera, y lo que hace es reglamentarlos, vigilarlos, para que no produzcan las funestas consecuencias que pudieran originar en otro caso.

No conviene, pues, llevar las cosas tan al extremo, ni prohibir los juegos en la duda de si son o no son lícitos; porque vale más que se juegue a la vista de la opinión, y en muchos casos a la vista de los legisladores (y no digo del Sr. Conde de Canga-Argüelles porque no tengo noticias de que frecuente esos círculos), que no que se cobije el juego en las casas de los tahúres. A S. S. le pasa lo que a mí, que sé de esto solamente lo que me cuentan; pero algunos compañeros de S. S. le contarán lo que pasa en muchas sociedades y círculos de recreo, y no debe asustarse S. S. por eso, porque lejos de ser un mal, es un bien en cuanto se evita mayores males, y a eso es a lo que debemos tender, tratándose, como se trata, de un vicio tan arraigado en todas las clases y en todos los tiempos.

Por lo demás, confirmo la declaración que hice ayer: lo que la ley prohíba, el Gobierno lo prohibirá en cuanto pueda.



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